martes, 17 de noviembre de 2009

El final feliz de Ulises no es el final feliz de quienes lo acompañaron


Por Yaku Fernandez Landa
La obra pilar de la cultura occidental, la Odisea, representa el compendio de los valores y costumbres que el pueblo griego vio necesario cultivar, y que bajo la narrativa de Homero se ven reflejados como ejemplo a seguir y a mantenerse como modo de vida. La obra cuenta el apoteósico esfuerzo del Rey de Ítaca por regresar al lado de su esposa e hijo y concluye con un final feliz, donde Ulises, el rey, regresa a su cargo y permanece cerca a su familia. Es este final feliz, el que muchos desearían tener en sus vidas, es este el final feliz que a muchos se les niega. Y es que las historias que no terminan así, son las historias de los que no llegaron con Ulises a Ítaca, son las historias de los nadie, de los que nunca están reflejados, a pesar de ser mayoría.

No le quiero echar la culpa a Homero pero quien haya creado esta historia tan apasionante y representativa de un pueblo, posiblemente no creyó necesario contar un cuento de los desposeídos. Al fin y al cabo, ellos son vistos como los peores ejemplos de la sociedad, y no van acorde con las intenciones. La perspectiva en la que está contada, es la perspectiva de los que están allá arriba, la familia real, donde contradictoriamente con lo que ocurre en la vida real, existe mucho amor y fidelidad. A lo largo de la historia, muchos escritores han hecho conocer a sus pueblos, desde la vida de los aristócratas, y más tarde, desde los burgueses, como si su condición fuese la de las grandes masas. Y es que pocos se han atrevido a contarla desde abajo, desde el que sufre y muere, con final más infeliz que alegre.

Y es que lamentablemente el poder de la palabra y la escritura, poderes que son los talentos del intelectual, han sido la capacidad de algunos, resaltando sobre los demás. Los escritores son seres extraños en una sociedad, son venerables artistas que tienen en sus manos, el predominio de la leyenda, el documento que va perdurar como crónica de una sociedad. El escritor es el único testigo tomado en cuenta para hablar, porque sabe hablar. ¿Cuántas historias y pensamientos se han perdido por la desgracia de no saber escribir?, ¿Cuántos analfabetos están quedando mudos en la historia oficial?, ¿Cuántos griegos han permanecido al margen de la historia por no poder leer la Odisea y menos poder escribir sus experiencias?, ¿Cuántos relatos asombrosos y magníficos han tenido que quedarse en tradición oral?

Yo no concluí de leer la Odisea sin sentirme un poco lamentado por los miembros que perecieron (todos) de la tripulación de Ulises. Estos hombres que seguramente eran esperados por sus vástagos y abnegadas esposas. Hijos que no conocieron padres, y esposas que no aguantaron porque el que regresaba no era ni noble ni rey. A pesar de que eran pésimas personas, con personalidades recurrentemente opuestas a la de Ulises, su condición era predecible desde antes que nacieran, no iban a tener la misma oportunidad que el rey para convertirse en seres respetables. Y estaban en cierta forma condenados a la pérdida y a la derrota. Al autor no le importó mucho y murieron como vivieron, como lo que fueron.

Los parias modernos de la india, los provincianos de Lima, los peruanos de Europa, los niños lustrabotas de Polonia, son los discriminados, los excluidos de sociedades que como en la Ítaca griega, se extinguen bajo la sombra de los importantes, los que andan enternados, supuestos héroes, capitalistas exitosos, que no son más que promiscuos del negocio. Ulises es más digno que estos hombres, porque algún aprecio tenía por algunos de sus acompañantes. Y en este año, donde más de mil millones de personas sufrirán de hambre, las noticias se concentran en la pérdida que famosos sufren en sus cuentas bancarias, y que a pesar de eso, no les hará falta el desayuno, el almuerzo y la cena, en fin, la barriga llena.

Felizmente existen las utopías, y hombres y mujeres dispuestos a creen en ellas. Felizmente hay escritores que han pertenecido al realismo, y han ensayado realidades fieles a la sociedad. Las utopías, como diría un uruguayo, por más que parezcan imposibles, sirven. Y sirven para avanzar, a pasos cortos, pero para avanzar. Si no pregúntenle a Penélope, cuyo sueño supremo siempre fue el mismo, y a su esposo Ulises que mantuvo el mismo norte, a pesar de los pesares. Algo valioso tiene la odisea, haciendo una comparación con la actualidad, donde muchos son los pobres donde el amor es la principal virtud, y muchos son los ricos donde el dinero es la principal distracción, la familia de Ulises llevaba una vida de ricos, pero tenía valores de pobres.

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